Diálogos de Tuna




Conde de Fuchinga Alta:       (8 y 9 de Octubre del 2009)

Memorias de Tuna.
No soy historiador y por eso no pretendo escribir la Historia de La Tuna. Pretendo dejar, negro sobre blanco, mis recuerdos de La Tuna, de mi tuna: Medicina de Córdoba. La Correcta.
¿Qué por qué lo hago? No lo sé. Siempre me ha podido el pudor a la hora de contar mis cosas, mis pequeños secretos, mis amores, desamores, conquistas, triunfos y derrotas. Son cosas mías que para mí se quedan, a nadie importan.
Sin embargo el otro día, en otro sitio, leí una breve intervención de la que colegí, probablemente equivocado, cierta confusión. Y de ahí viene esto.
Son mis memorias sobre el nacimiento de nuestra Tuna. Nada más. No daré fechas porque tengo mala memoria y no nombraré a más gente de la imprescindible por no ofender con los olvidos. Y ruego disculpas si os parece narcisista. Nada de eso. Contaré las cosas como yo las viví, es mi punto de vista. No hay más.

Los viejos Tiempos.
Llegué a la Facultad de Medicina dispuesto a comerme el mundo, era joven, ignorante y atrevido. Allí coincidí con unos que ya conocía y otros que conocí. Todos parecidos. Cada uno convencido de su verdad y con muchas ganas de hacer un mundo mejor. Fuimos formando un grupo, la mayoría ya lo teníamos formado, compuesto por gente de diversa procedencia social y económica.
Siempre he sido un hombre sociable y por eso solía ir al Cisne Verde a tomar café y discutir de la existencia de Dios, la política, las teorías de Marx, del hijoputa de Nietzsche, del neorrealismo italiano y un montón de cosas más, todas la mar de aburridas.
A los pocos días de empezar el curso irrumpió en el aula la tuna de Medicina. Nos quedamos boquiabiertos. Interrumpieron la clase, nos cantaron, nos pasaron el parche y se fueron. Ni siquiera hicieron amago alguno para animarnos a entrar en la tuna. A pesar de todo, otro amigo y yo decidimos dejar pasar unos meses para no ser tan novatos y tratar de entrar en la tuna. Cuando lo intentamos ya no existía. Más tarde me enteré que se habían fusionado con Peritos para refundar Distrito. Nunca se lo perdoné y por eso no los reconozco. Por su falta de cariño a la Beca tuve que pasar las de Caín. Es lo que hay.
Aquél verano, el que va de primero a segundo, me fui con dos amigos a Francia en un viejísimo Citroen Diane 6 y con unas diez mil pesetas por barba pasamos un mes en el país gabacho. Y eso sin ser tunos ni poder tirar del parche. Fue una epopeya.
A la vuelta nos enteramos que la gente estaba ensayando para dar una serenata. Al parecer se aproximaba el santo, o el cumpleaños, de la novia de uno y como no tenía un duro para poder hacerle un regalo, decidió regalarle una serenata. No estoy seguro, pero creo que fue el Morillas. Ensayábamos en plena siesta en el rebate de La Plaza de Toros, para no molestar a nadie. Hacía un calor del carajo pero éramos jóvenes y no reparábamos en tales tonterías propias de gente mayor. Montamos unas cuantas canciones y nos repartimos las cosillas de solista entre el Niki y yo, que decían que tenía voz de hombre. Y no de gramola como dicen ahora unos cuantos joputas.
El caso es que alguien dijo que debíamos uniformarnos y no se nos ocurrió nada mejor que la bata de prácticas. Es decir, nuestra primera salida ya la hicimos de novatos. Todos estudiábamos medicina, menos el Migueles. Lo incluimos porque era de la pandilla. Aunque ya entonces solo aportaba estorbo, desorden y follón. Por algún motivo que la ciencia y yo desconocemos, caía bien.
Llegado que hubo el día nos pusimos en marcha con más miedo que vergüenza. La novia del Morillas vivía en un chalé y su hermano, compañero de Facultad, era nuestro cómplice. Accedimos a la parte trasera y empezamos a rondar. Éramos seis o siete tíos con tres guitarras y una pandereta de aro. Abre el balcón, clavelitos, la aurora, noche perfumada y cosas así. Supongo que sonaría a rayos pero le pusimos muchísima ilusión. A mí me pareció maravilloso y a la niña celestial. Nos hicieron entrar y nos invitaron a modo. Al rato, el padre de la serenatada dijo que su hermano celebraba una fiesta y que nos fuéramos para su casa. Tres chalés más allá.
Era una fiesta mediana, podía haber unas cincuenta personas. Nosotros fuimos los animadores. Allí se empezó a fraguar un cierto modo de hacer: nunca estábamos callados. Cuando agotamos nuestro escaso repertorio montamos un show en el que cada uno aportaba algo: un chiste, eso que ahora llaman monólogo, un bolero cantado entre los que se lo sabían, una canción de coña. Volvimos de amanecida. Nunca lo habíamos pasado tan bien. Prometimos repetirlo y juramos que no se enteraría nadie en la Facultad. Nos daba un poco de corte y no queríamos que se apuntara nadie más. Me acosté cuando mi padre se levantaba. Me miró sonriendo. En sus tiempos y en su pueblo él había hecho algo parecido: dar serenatas. La serenata se me metió en la sangre.
Habíamos triunfado en toda la línea y habíamos jurado que no se lo diríamos a nadie. Quizá a causa del secreto se enteró medio mundo en la Facultad. Bueno, en realidad fueron dos o tres que enseguida se interesaron y presentaron su solicitud para la próxima. Uno de tales era un sujeto muy raro. Era buena persona pero su forma de conducirse, furibunda, malhumorada, seca y brusca lo enemistaba con todo el mundo. Su nombre: Miguel Ángel. Su sobrenombre: Bocanegra. Era un broncas.
Por aquellos lejanos tiempos empezábamos a organizar el Paso del Ecuador. Nos presentamos once y los once sacamos algún voto. Como yo fui el más votado me eligieron: Presidente de la Comisión Organizadora del Paso de Ecuador. Toma ya cargo gordo. De los once quedamos unos siete u ocho. Lo natural. Entre ellos estaban Morillas, Ramos, Bocanegra y yo. Y, poco a poco, nos fuimos convirtiendo en un grupo de poder. Corriendo el tiempo nos sería muy útil para fundar y sostener La Tuna.
A base de mucho insistir Miguel Ángel se unió al grupo. Aunque no caía muy bien, todos reconocían que tocaba la guitarra mejor que nadie. Aquí hay que reconocerle al Bocanegra que se supo unir al grupo sin desentonar y sin chulerías, como uno más. Y no porque fuera el último en llegar, sino porque es un tío que va por derecho y te dice a la cara lo que piensa. Quizá por eso, aunque no coincidía en nada con él, lo apreciaba. Quizá por eso lo siga haciendo.
Es lo que yo llamo “Época de las batas”. Fue la mejor. Un grupo de amigos y compañeros de Facultad que salían de serenata para pasarlo bien. Y lo hacíamos. Ni siquiera de tuna he dado serenatas como aquellas: todo ilusión.
Por aquella época se incorporó el hermano de Antonio, un fulano conocido por Pepe Serrano. Pepe dio un juego excelente desde primera hora. Su buen humor, su forma de hacer y su campechanía completaban un elenco de gente dispuesta a lo que fuera para pasarlo bien. Éramos amigos y eso es lo único que importaba. Seguíamos ensayando, mejorando según nuestras necesidades, incorporando canciones al repertorio (yo las tenía apuntadas en un papel) y cada vez dábamos mejores serenatas. Estábamos la mar de orgullosos de nuestra secreta actividad, que para nada era tuna. Ni siquiera lo pretendíamos.


Chencho:
Me ha encantado... nadie mejor que yo, supongo, para apreciar los trozos de historia que cuentas... más que nada porque me partí los cuernos para entrevistarme con unos y otros y escribir la historia de nuestra Tuna (o de sus antecedentes) en dos libritos que luego, en pdf, se publicaron en nuestro CD "Contigo en Directo"... aprecio este escrito que tan bien me hubiera venido por entonces una barbaridad... si en el que hice yo hay algún error concerniente a la época en la cual no estaba yo aun en esta tuna sólo puede apuntárseme en parte (conté lo que por entonces me contaron).
Continúa Joaquín... me agrada tu relato.


Camargo:
Continúa Joaquín, me ha gustado mucho (no esperaba menos de tan inspirada pluma –o tecla–).
Salvando las distancias, me ha recordado aquel verano en el Colegio Cervantes en el que unos pocos "nenes" ensayábamos para intentar tener otra excusa de pasarlo bien durante los fines de semana del curso.
Lo dicho, eres un crack (en el buen sentido, no en el fonético).
PD.- Una pequeña regañina: déjate ver más para seguir acumulando recuerdos. Joés, que cursi me ha quedado!


Mono:
Para cuando el siguiente???? vamos Joaquín pronunciate


Mario:
Ole, Ole... el Maestro vuelve a coger la tecla y a exprimirse el encéfalo.... Ole, ole y ooole


Conde:
Gracias, hermanos. No estaba muy convencido de si debía colgar esto y vuestra respuesta me ha dejado más contento que unas castañuelas.
En cuanto pueda sigo. Tienen que fluir los recuerdos, avivarse los sentidos y encontrar tiempo para darle a la tecla.
Abrazaos varios.


Mario:
Abrazaos varios.... ¿a mí con quién me toca?


Conde:

El Principio.
Aunque ahora no se lo crea nadie, en aquellos lejanos tiempos yo era un auténtico líder. Y no me refiero a eso tan moderno de líder de opinión. No. Quiero decir que era capaz de encontrar solución a los problemas, entender a la gente y seducirla. Era un líder en la Facultad y entre mi propia gente. Era capaz de cambiar la votación de una Asamblea con un simple gesto de disgusto. Junto a unos que ayudaron y otros que estorbaron, organicé el Paso del Ecuador y lo hice según lo prometido: nadie tuvo que poner un duro. Trabajamos mucho. Pero fuimos en avión a Roma, nos alojamos una semana en el Hotel Ritz y fuimos recibidos en audiencia privada por SS el Papa Juan Pablo II. Fui Delegado de Cultura de la Facultad y fundé el Aula de Cine, la revista Marcapasos (casi todos los redactores éramos de la tuna) y el Aula de Música (que es la que acogió estatutariamente a La Tuna) Mucho antes ya había dirigido dos cortometrajes en la Facultad Cosas que pasan cuando uno es joven, ignorante y, por tanto, atrevido.
Tal vez por todo esto, un día recibí una misteriosa llamada. Miguel Ángel quería quedar conmigo para hablar de algo muy importante. Quedamos para tomar café en el desaparecido Ciro´s. Me sorprendió. Me dijo que deberíamos fundar La Tuna de Medicina, que ya puestos era mejor que seguir haciendo el oso con las batas. Le dije que nones, que yo no quería ser tuno, que los tunos eran unos prepotentes, unos chulos y unos tales y unos cuales. Me respondió que vale, pero que si no había tuna él dejaba de salir para intentar integrarse en una tuna. Me fui decepcionado con Miguel Ángel y chantajeado por él.
Yo no quería ser tuno, ni me gustaba la tuna, ni tenía ganas de embarcarme en una aventura que desconocía. Pero seguía teniendo la serenata en la sangre.
De resultas de lo cual, reuní a la pandilla en el Bar Damasco, sito en la calle del mismo nombre y donde ensayábamos por entonces. O tal vez tuviésemos un ensayo, da igual. El caso es que por aquél tiempo Miguel Ángel se había hecho con una bandurria y no la tocaba mal. Las últimas serenatas con las batas ya las dábamos con bandurria y todo. Y, al parecer, nos habíamos acostumbrado a ello. Yo, cada vez que oía trinar la bandurria en la quietud de la noche me quedaba como en trance, pero el mamonazo de la bandurria se iba y yo me temía lo peor.
Le dije a la gente lo que pasaba: que Miguel Ángel no saldría más si no formábamos La Tuna de Medicina. Y la gente respondió como yo esperaba: que nanay, que de tuna nada, que nosotros a lo nuestro y que le dieran a Miguel Ángel. Dejé que pasara la euforia del momento y, más tarde, pregunté ¿estáis dispuestos a seguir saliendo de serenata sin bandurria? La respuesta fue casi unánime: ¡No! Sólo dos se abstuvieron: Chema y Pepe Serrano. A los otros empecé a llamarlos “El bunker” Y, aunque buena gente, me dieron mucho por saco.
O sea, que o tuna o me quedaba sin serenatas. Sabía que sólo contaba con Chema y Pepe pero me daba igual. No pensaba dejar de salir de serenata y, si para ello, había que fundar una tuna… pues se fundaba ¡Coño!
Volví a quedar con Miguel Ángel en Ciros´s y le dije que sí, que fundaríamos una tuna pero que había que hablarlo entre todos. Nos reunimos en el Damasco y votamos. En realidad no se votó nada, dije que íbamos a fundar una tuna y ya está. Eso sí, discutimos qué tuna. Pero ya había ganado, estaba claro que pasábamos de rondalla a tuna. La discusión fue porque había dos que no eran de Medicina: el veterinario, que estudiaba lo propio, y Pepe Serrano que lo hacía en Enfermería. Al final no quedó otra que decidirse por Medicina. Y ahí empezó mi calvario, tenía que averiguar qué coño era una tuna. Porque ya puestos, había que hacerlo bien.
A todo esto, el tema de pasar de ser un grupillo de amigos a una cosa más seria echó para atrás a algunos pero los que seguimos lo hicimos creyendo que iba a ser todo igual salvo que vestidos de negro. Con la ilusión por montera nos pusimos manos a la obra. Si habíamos sido capaces de montar hasta obras de teatro ¿Por qué no una tuna?
Cada uno empezó a investigar por su cuenta y fue descubriendo que tenía amigos tunos. Miguel Ángel tenía un primo en Derecho, Pepe Serrano era amigo del Lenon y yo descubrí que conocía a Pepe Enrique, jefe de Distrito. Otros también aportaron cosas. Lo primero que hicimos fue redactar unos estatutos. Breves pero muy buenos porque dejan todo claro y abren la puerta a gente que no sea de Medicina. Puede que fuéramos novatos, pero no tontos. El Decano se mostró encantado por la iniciativa porque el había sido tuno en Granada. No hubo problema para que los Estatutos de fueran aprobados y La Tuna reconocida como propia.
Después empezamos a hacernos el traje. La Facultad no estaba por la labor de soltar un duro y tuvimos que buscarnos la vida. No olvidemos que todavía no éramos tunos y no podíamos tirar del parche. La madre de la novia del Niki se atrevió a hacernos los trajes a todos. La buena mujer no sabía donde se metía y acabó harta. Elegimos la tela más barata que encontramos: pana negra de canutillo. El traje completo costó mil duros por barba.
La primera salida de La Tuna la hicimos sin Beca y se puede decir que fue un contrato. Cantamos a una mujer en el día de su cumpleaños. Subimos a la casa, nos hartamos de cantar, de comer y de beber y nos pagaron por ello. Empezaba a parecer que era mejor salir de tuna que con las batas.
Me acuerdo que, cuando íbamos por la calle, me paré un momento a abrocharme el cordón del zapato. Cuando levanté la vista, me fui corriendo para decir: coño, parecemos una tuna.
Pero a medida que pasaba el tiempo e íbamos aprendiendo lo que es La Tuna nos dimos cuenta que aquello era otra cosa. No tardaría mucho en darme cuenta.
Aprendí mucho de buenos amigos y mejores tunos: Quili, Pepe Enrique y, sobre todo Lenon. Hicimos una gran amistad. Pero mi mentor fue un tuno extraordinario, de los antiguos, un clásico: Paco Herrera, el mono (q.e.p.d.) Lo que me enseñaba el mono era la forma de hacer tuna de los sesenta, mil veces mejor de lo que se hacía por entonces. Y eso me daba ventaja, mucha. Frente a los míos y frente a los otros tunos.
Pepe y yo íbamos mucho por El Abuelo, la taberna donde ensayaba Distrito. Aprendíamos mucho viendo sus ensayos y más aún de copas más tarde. Aunque eso sí, había que aguantar alguna broma que otra. Hasta que aprendimos a devolverlas con creces y se acabó. Distrito era entonces una de las mejores tunas de España. Y tenían un problema: unos apoyaban a Medicina y otros querían que fracasáramos para poder trincar a los que ellos considerasen buenos. La mayoría no nos conocía y no sabían que seríamos unos novatos, pero que no dábamos un paso atrás ni para coger carrerilla.


Mono:
Señor Conde ya estoy esperando los siguentes pasos de la muy correcta, gracias por contar nuestra historia, como en su momento nos la contó maese chencho en su libro.
Nuevamente gracias a sus señorías


Takataka:
Jokim, eres la leche. Has logrado que me emocione con eso del Diane 6 y el rebate de la plaza de toros, qué recuerdos más buenos (ya te los contaré más despacito). Echábamos en falta estas historias en nuestro foro. Gracias.



Conde:
Gracias a ti. Me alegro de haberte emocionado, Pedro. Yo mismo me emociono con algunos recuerdos.
Y, por favor, llámame Joaquín con toda confianza que no soy vascuence.
Luego, si puedo, sigo.



Conde:

Puesta de largo.
No retengo en la memoria a todos los fundadores pero debo hacer justicia a los que recuerde, que me perdonen los olvidados, no hay mala fe. Pepe Serrano, Chema, Miguel Ángel, Jesús Ortiz, creo, Morillas, Migueles, Niki, el Veterinario y yo. Sé que falta alguien. En fin. Otros muchos se fueron antes, algunos hasta con el traje hecho. La mayoría gente estupenda pero poco amiga de meterse en aquél berenjenal que se liaba más a medida que ampliábamos nuestro conocimiento.
Hicimos la correspondiente reunión para elegir Jefe y me eligieron, nombre subjefe a Pepe. Éramos unos cachondos. Aguantamos presiones, dificultades y amenazas tontas. Nos daba igual. Ahora ya queríamos ser tunos de verdad. Yo también.
Un día, el Decano me dijo que el Delegado de no sé qué curso se había enterado de lo de La Tuna y quería entrar. Por lo visto era de Distrito. Se trataba del López y entró enseguida, pagándose su traje, claro. Luego me enteré que no era de Distrito, que había sido novato de Distrito. Bueno, el caso es que tocaba la bandurria muy bien y era un tío tercio, y sabía de qué iba la película. Luego se equivocaría.
El caso es que debimos hacer el primer pasaclases, aunque yo no lo recuerdo, y aceptamos tres novatos. Los tres que se presentaron. Uno tocaba la bandurria y se llamaba Paco, otro la guitarra y se llamaba Salvador y un tercero que tocaba el laúd y atendía por Nono. Venían de la Rondalla de Cervantes, aunque ellos decían la tuna de Cervantes.
Vinieron a los ensayos y resultó que se sabían más temas que nosotros. Pero no tocaban bien. Paco sí tocaba la bandurria, pero Salvador lo aflamencada todo y Nono tocaba el laúd al modo del banyo, o como se escriba.
Teníamos muy claro que el periodo de novato es de un año, pero éramos pocos, aquellos eran tres, tocaban y estaban en Primero. Su año se quedó en dos o tres salidas. Se les bautizó y sanseacabó. Yo estaba muy contento de que La Tuna se ampliara y dejara de ser un coto cerrado. De las batas ya no quedaba ni rastro.
Y en estas, se declararon las guerras médicas. El López y los otros tres, aduciendo que tocaban mejor que nosotros se escindieron y decidieron que ellos representaban mejor a la Facultad porque, además, entre nosotros había tres que no eran de Medicina. Una noche, acudieron a un perol que organizaba Distrito en la puerta del Abuelo para que los reconocieran como tuna de medicina. Algunos de Distrito, más por tomarles el pelo que por otra cosa, los tuvieron tocando y cantando hasta aburrirles; luego les dijeron que Medicina ya estaba fundada, que nos conocían de sobras, que el Jefe era yo y que se dejaran de tonterías. Me enteré porque me lo dijo el Lenon, nuestro mejor valedor.
Acudieron entonces al Decano y este los despachó con cajas destempladas después de decirles lo que era La Tuna y lo que significaba el respeto a los veteranos. Lo supe porque me llamó el Decano para decírmelo. Agradecí al Decano su gesto y reuní a la gente. Algo había que hacer.
Decidimos nombrar Madrina y dar una serenata a la mujer del Decano. Pero había un problema: éramos conscientes de que no sonábamos lo bastante bien como para impresionar al Decano. Nos hacían falta un par de buenas púas y una guitarra en serio. Invitamos al Lenon, Quili y Saxo. Era un día de Feria y sin embargo, al darse cuenta del apuro en que estábamos, accedieron gustosos.
Estábamos todos en la puerta de Almudaina y faltaba el Saxo. Al rato, un 127 se para en doble fila y se baja el Saxo vestido de paisano, en el coche esperan tres personas. Yo, apenas había tratado al Saxo. Sabía que era de Distrito y él que yo era de Medicina. Me dijo: perdona, pero no me acordaba que había quedado con mi novia y sus padres para cenar esta noche. Tengo el traje en el coche, si te hago mucha falta los llevo a la caseta, vuelvo y me voy después de cantar en la calle. Me faltó que se me saltaran las lágrimas. Lo abracé y le dije que muchas gracias, que se fuera y se divirtiera.
Ya lo dije antes. En ese crítico instante me dí cuenta de lo que es La Tuna y lo que significa ser tuno. Y estaba orgulloso de serlo.
La serenata salió a pedir de boca. Con el sustento musical del Quili y el Lenon, con nuestra ilusión y la capacidad para montar el pollo todo el mundo quedó encantado. Algunos volvimos más a aquella casa. La Madrina era una mujer extraordinaria, simpática y muy culta. No es de extrañar, era filósofa. Murió joven, pero eso fue mucho más tarde y no tuvimos nada que ver. Por cierto, cuando digo el Decano digo Rafael Martínez Sierra.
En plena serenata, en un aparte, agradecí al Decano su apoyo. Me dijo que me conocía y que yo representaba a La Tuna, pero que no le gustaban esas peleas y si estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con los rebeldes. Dije que sí, no quedaba otra.
Cuatro días después nos vimos en el despacho de Decano los otros cuatro y yo. El Decano volvió a recordarles lo que era La Tuna, lo que significaba ponerse una Beca al pecho y que hay que respetar a los veteranos y, sobre todo, al Jefe. Después me concedió la palabra. Los otros, corridos por Distrito y el Decano, ya se sentían fuera de la tuna. Me limité a mirarles y les dije algo así como, que se habían portado como novatos y que estábamos dispuestos a olvidarlo todo y volverlos a aceptar si se integraban como uno más. Sin grupitos enfrentados. Si no lo hacían así los expulsaría de La Tuna porque tenía potestad para ello. Aceptaron encantados y nos abrazamos. No se me olvida el golpe que me dio el Decano que estaba encantado con mi diplomacia. Poco después hubo elección de Jefe. Volví a salir elegido y nombré subjefe a Salvador que era el cabecilla de los otros. Asunto arreglado. Nunca más se habló de aquello y nos hicimos muy amigos. La Tuna marchaba.
Nos fuimos haciendo. Fue llegando más gente que aportó mucho musicalmente. Empezamos a salir de parche pero de eso hablaré luego. El caso es que seguíamos siendo pocos pero ya sonábamos mejor y decidimos presentarnos en sociedad la primavera siguiente en la Facultad.
Pero intervino el destino, siempre enredador para ponernos en un brete muy serio. Una tarde de otoño me llama el Lenon y me dice que me recoge con el coche, que tiene que hablar conmigo y que me invita a unas copas. En el coche venía el Quili y no me pareció mal porque era un buen amigo. Yo, entonces y ahora, me lo paso bien de copas con los amigos. Pero aquellos tramaban algo porque no soltaban prenda de sus intenciones. Me llevaron a Peritos, a un aula vacía y me dijeron que esperábamos a Pepe Enrique. Yo, entonces, era un joven juicioso y emprendedor que no me asustaba por nada. Sin embargo, a causa de tanto secretismo, empecé a temerme un secuestro.
Cuando apareció Pepe Enrique me dí cuenta que estaba en lo cierto: me habían secuestrado. Me dijeron que querían organizar el I Certamen de Tunas de Córdoba y que Medicina, como tuna cordobesa que era, estaba invitada. Agradecí el detalle y pedí que nos excusaran porque Medicina todavía no estaba preparada para competir. Me intentaron convencer con esto y aquello y yo me negaba. Argumentaron musicalmente y tocaron su arma secreta para el Certamen: Ecos del harén. Me quedé tan acojonado al oírla que, al día siguiente, diría a los míos: cuando toquemos algo así, seremos de verdad una tuna.
Me llevaron de copas, con lo que resultó un secuestro de lo más entretenido y, al final, dijeron la verdad. Al parecer estaban invitados aun extraordinario Certamen en Santander, el “Horas de Ronda”, el Rectorado les había negado el dinero para el viaje y pensaban costearlo con la venta de las entradas del Certamen de Córdoba. Me acordé del Saxo y respondí que contaran con nosotros.
Cuando en el ensayo propuse el caso, muchos se negaron. Algunos viejos adujeron que éramos muy pocos porque, por esas fechas, había exámenes y, además, Bocanegra estaba en la mili, creo recordar. Los más jóvenes temían que fuese una encerrona de Distrito para tirarnos al pilón. Haré, aquí, un inciso. Dos o tres cachondos de Distrito se entretenían acobardando a nuestros jóvenes con tal cuento. A esos le dije que asustarse era de cobardes y que si había que ir al pilón se iba y punto. Pero que para tirarme a mí había que tener muchos más cojones. Al final, impuse que íbamos y punto. Yo no sé si es que no enteraban o es que querían ser una tuna clandestina. No les íbamos a fallar a una tuna amiga. No se le falla a un tuno que te necesita. Eso ya lo había aprendido.
La noche anterior al Certamen nos reunimos Pepe y yo en el pub Hilda. El repertorio ya estaba elegido. Una de coro: clavelitos; una de solista: Cordobesita; una musical, Granada musical (nosotros la llamábamos así) y de la otra no me acuerdo. Y eso si he acertado con éstas. Al menos creo haber acertado con cordobesita porque la canté yo. Un solista con dos cojones. No olvidemos que competía con los hermanos Morales de Distrito y Julio de Derecho. Todavía no me explico por qué no gané. Una injusticia, supongo.
El caso es que éramos ocho y no sabíamos como entrar al escenario ni como saldríamos de él. Teníamos dos bandurrias, un laúd, tres guitarras, un timple y una pandereta.
Decidimos entrar como un equipo de baloncesto de la NBA. Pepe empezaría. Luego nos pusimos a preparar la presentación.
El teatro de los Colegios Mayores Névalo estaba lleno de público. Se habían vendido todas las entradas. En un rincón nos reunimos los jefes de tuna: Distrito, Colegio Mayor Névalo, Derecho, Universidad Laboral y Medicina. Nadie se pone de acuerdo en el orden de actuación. La discusión se encona entre Pepe Enrique, Distrito, y el Loco, Derecho. Yo me aburro, palabra. Por una puerta entreabierta veo el patio de butacas lleno. Y hago lo que hacía en mi Facultad: intuir el problema y tomar la iniciativa. Tomo la palabra y largo un discurso que no se alejaría mucho del que ahora escribo. El concepto fuerza es el mismo y algunas palabras las recuerdo bien porque las usaba mucho: niñas de colegio o novato. Vine a decir que el patio de butacas estaba lleno y con la gente esperando mientras nosotros discutíamos como niñas de colegio. Dije también que Medicina era la última tuna en llegar y la primera que iba a demostrar lo que es La Tuna. Y me fui. Busqué al presentador, Pepe Navajas, hoy director de la SER en Marbella y le dije que empezaba el Certamen. Que presentara a Medicina. No me acuerdo del orden de las actuaciones, pero vi el cielo abierto: éramos pocos, no éramos competitivos… pues actuamos los primeros. Una especie de autoputeo y demostración de valentía.
Pepe salió desde atrás del público saludando a la gente al paso, como en el Un, dos, tres. Una vez en el escenario nos fue presentando uno a uno. Imitamos su salida. Cuando todos estuvimos en el escenario comprobé que todas las tunas estaban sentadas en el suelo, en primera fila, dispuestas a ver lo que hacían aquellos novatos. Pero aquellos novatos teníamos mucha calle corrida, mucho aprendido y los cojones como el caballo de Espartero.
Cogí el micrófono y me hice el dueño del cotarro. Total, mucho más fácil que en las asambleas de la Facultad. Empecé diciendo que éramos nuevos, que era nuestra presentación en público y que por eso, y no por otra cosa, habíamos decidido no competir y cantar para el público en lugar de hacerlo para el Jurado. Primera salva de aplausos. La cosa va bien. Empezamos a tocar y la cosa sigue bien. Son temas fáciles pero los interpretamos decentemente y con mucho sentimiento. Presentamos Pepe y yo. Pepe, sublime, como siempre.
En un momento dado estoy presentando. Imito la forma de hablar de los argentinos y digo: tenés un mirar tan dulce que se prende como abrojo tenés un mirar tan dulce ¿querés que te chupe un ojo? Debí aflautar demasiado la voz porque tuve un problema gordo, no se me olvidará en la vida. Un colegial que tenía un vaso con cubata en la mano y se apoyaba en la pared, gritó en un momento de total silencio:¡Mariposa! ¿Qué hacer? No lo sabía, el silencio era sepulcral, si no le respondía, malo, si lo hacía, peor. Así es que, iluminado, tiré de repertorio, es lo que tiene ensayar hasta las presentaciones. Le respondí algo que no venía mucho a cuento, pero cualquier cosa antes de quedarme callado: Si homo que per rue transit vide gachisem et gachisem guiñen oculum et dixit ¿Quo vadis morenum? Non dudavit. Puta est. Éxito total. La mayoría de los tunos se alegraron co mi salida y aplaudieron. Siempre he pensado que nadie se enteró de mi respuesta, y que todo el mundo interpretó que lo insulté en latín.
Hicimos cantar al público, levantarse, sentarse, lo enseñamos a aplaudir y… Yo que sé. De eso no me acuerdo.
Al final de las actuaciones, y tras la entrega del premio a Derecho, nos subimos todos los tunos al escenario para cantar clavelitos. El mono me dijo que diera yo la entrada. La dí.
Salimos de allí entre las felicitaciones de la mayoría de tunos y la indiferencia de algunos otros. Nos fuimos de copas con Distrito y Névalo.
Había nacido La Tuna de Medicina de Córdoba.